“Nadie me ha llamado nunca un gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor”.
Julio Ramon Ribeyro, el mestro aun vive
Era la persona más tímida que he conocido, con una verdadera
inhibición para las mujeres, así lo describe el nobel MVLL, y es que nuestro
siempre entrañable cuentista Julio Ramón Ribeyro, era de un alma sumamente frágil,
y de personalidad más aun introvertida. De esta manera lo recuerdan sus amigos más
jóvenes como Guillermo niño de guzmán o Fernando Ampuero, con los que gustaba
navegar en su última estancia en lima.
Sus escritos son un testimonio espiritual, donde el lector podrá
encontrar a un Ribeyro inmerso en su continua soledad. Con un estilo elegante y su ironía y amarga lucidez,
dotan a su producción literaria, de una
forma distinta de concebir la realidad, donde lo real es extraño y lo central
se esconde en hilos invisibles como la mirada del narrador.
Empecé a leer a Ribeyro en una noche de crisis asmática, en
la cual carecía del salbutamol, y como no podía dormir a causa de los
espasmos, fui a la biblioteca de mi padre (entonces no teníamos televisión) abrí la primera página del primer libro que me
fue más cercano al pequeño escritorio donde al menos una vez me habían sentado
y recluido al castigo. Era una versión póstuma de la palabra del mudo, busque
en el índice y el título que más simpatía me dio, fue: por las azoteas, sin ser
un lector voraz, recuerdo haber leído cada línea de ese cuento enternecedor con
una atención única e inquebrantable. Desde allí comenzó mi afición a los libros
y sobre todo, mi fanatismo hacia este
gran escritor.
Recuerdo también a un Ribeyro delicado de salud, con bata
blanca y enfermo de cáncer a causa del tabaco, alojado en un hospital de Europa,
y en el pasillo de los que ya no tienen cura, pero siempre Ribeyro, acompañado
de sus infaltables Chesterfield y como no, los lucky.
Ribeyro siempre se caracterizó por ser un hombre
extremadamente delgado, o como mi profesora de literatura le decía: mi flaco
favorito. Parco pero al mismo tiempo divertido, Ribeyro era de esa clase de
escritores, destinados al anonimato, a los que no les gustas las cámaras, ni la
multitud. Amaba el silencio, pero de una manera obligada, pues en sus escritos
comprobamos que todas las sendas de nuestro escritor, siempre iban a un mismo
lugar, a la oscuridad, a la soledad, y al conformismo, como él mismo lo ha
dicho: “el conformismo esta tan arraigado en mí, que puedo acostumbrarme a
todo, hasta a la felicidad”
Últimamente recuerdo a un hombre flaco asomarse a su ventana
y ver con mirada inteligente la fragilidad e incertidumbre de su ser, aquel ser
que se debate entre la tara de la soledad, y el silencio de una noche
miraflorina.
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