martes, 30 de diciembre de 2014

recordando a Julio Ramon Ribeyro

“Nadie me ha llamado nunca un gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor”.

Julio Ramon Ribeyro, el mestro aun vive


Era la persona más tímida que he conocido, con una verdadera inhibición para las mujeres, así lo describe el nobel MVLL, y es que nuestro siempre entrañable cuentista Julio Ramón Ribeyro, era de un alma sumamente frágil, y de personalidad más aun introvertida. De esta manera lo recuerdan sus amigos más jóvenes como Guillermo niño de guzmán o Fernando Ampuero, con los que gustaba navegar en su última estancia en lima.

Sus escritos son un testimonio espiritual, donde el lector podrá encontrar a un Ribeyro inmerso en su continua soledad. Con un estilo  elegante y su ironía y amarga lucidez, dotan a su producción literaria, de una forma distinta de concebir la realidad, donde lo real es extraño y lo central se esconde en hilos invisibles como la mirada del narrador.




Empecé a leer a Ribeyro en una noche de crisis asmática, en la cual carecía del salbutamol, y como no podía dormir a causa de los espasmos, fui a la biblioteca de mi padre (entonces no teníamos televisión)  abrí la primera página del primer libro que me fue más cercano al pequeño escritorio donde al menos una vez me habían sentado y recluido al castigo. Era una versión póstuma de la palabra del mudo, busque en el índice y el título que más simpatía me dio, fue: por las azoteas, sin ser un lector voraz, recuerdo haber leído cada línea de ese cuento enternecedor con una atención única e inquebrantable. Desde allí comenzó mi afición a los libros y sobre todo, mi fanatismo  hacia este gran escritor.

Recuerdo también a un Ribeyro delicado de salud, con bata blanca y enfermo de cáncer a causa del tabaco, alojado en un hospital de Europa, y en el pasillo de los que ya no tienen cura, pero siempre Ribeyro, acompañado de sus infaltables Chesterfield y como no, los lucky.



Ribeyro siempre se caracterizó por ser un hombre extremadamente delgado, o como mi profesora de literatura le decía: mi flaco favorito. Parco pero al mismo tiempo divertido, Ribeyro era de esa clase de escritores, destinados al anonimato, a los que no les gustas las cámaras, ni la multitud. Amaba el silencio, pero de una manera obligada, pues en sus escritos comprobamos que todas las sendas de nuestro escritor, siempre iban a un mismo lugar, a la oscuridad, a la soledad, y al conformismo, como él mismo lo ha dicho: “el conformismo esta tan arraigado en mí, que puedo acostumbrarme a todo, hasta a la felicidad”


Últimamente recuerdo a un hombre flaco asomarse a su ventana y ver con mirada inteligente la fragilidad e incertidumbre de su ser, aquel ser que se debate entre la tara de la soledad, y el silencio de una noche miraflorina.







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